Hasta que el último no muera, no matan la idea.

Cuando maten al último mapuche, matenme a mi, que conmigo muera la sangre de mi pueblo querido. Maten me para no ver como profanan su cuna verde por unos cuantos millones. Prefiero morir recordando lo vibrante y maravillo de mi tierra, esa piel Morena al viento, y con sus pies descalzos sobre la mapu, como ñuke que acaricia al tofen o ñawe y le entrega calor y comida.

Cuando sus manos agrietadas como la tierra que habitan y riegan desaparezcan matarme. Ya hemos ahogado a miles que sin que tengan armas ni ejército hemos disparado a aquellos que entregaran su vida para defender la tierra, ellos que la aman más que nosotros, los que entregamos a pinos y eucaliptos lo que pertenece a la araucaria. ¿Quien pensaría que España y Europa es imperio a través de la tala? Me resbalan los golpes al aire que cuando el tenor del poema cambia y se vuelve complejo, y por decir la pena que agobia de poeta pasó a compañero.

Que me maten cuando no existan los únicos guardianes de mi tierra, que me lleven al silencio eterno del cielo para adornar la noche eterna de los que quedan, para mirar con mirar con vergüenza, como matan a mi gente, y como venden mi tierra.

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